DESMONTANDO EL EGO-ECKHART TOLLE

 

A menos de que conozcas la mecánica fundamental del ego, no podrás reconocerlo y caerás en el error de identificarte con él una y otra vez. Esto significa que el ego se apoderará de ti y fingirá ser tú. El acto mismo de reconocer, es uno de los mecanismos para despertar. Cuando reconozcas tu inconsciencia, será precisamente el surgimiento de la conciencia, el despertar.

No es posible vencer en la lucha contra el ego (no hay que negarlo), lo único que hace falta es la luz de la conciencia (tomar conciencia del ego). Es la única manera de poder trascenderlo. Tú eres esa luz. El ego siempre es identificación con la forma, es buscarnos a nosotros mismos y perdernos en algún tipo de forma. Las formas no son solamente objetos materiales o cuerpos físicos, también son las formas de pensamiento que brotan constantemente en el campo de la conciencia.

Aquella voz que oímos incesantemente en la cabeza, es el torrente de pensamientos incansables y compulsivos. Cuando cada pensamiento absorbe nuestra atención completamente, cuando nos identificamos con la voz de la mente y las emociones que la acompañan, nos perdemos en cada pensamiento y cada emoción, nos identificamos totalmente con la forma y, por lo tanto, permanecemos en las garras del ego.

El ego es un conglomerado de pensamientos repetitivos y patrones mentales y emocionales condicionados, dotados de una sensación de “yo”. El ego emerge cuando el sentido del Ser, del “Yo soy”, el cual es conciencia informe, se confunde con la forma. Ese es el significado de la identificación. Es el olvido del Ser, el error primario, la ilusión de la separación absoluta, la cual convierte la realidad en una pesadilla. La mayoría de las personas se identifican completamente con la voz de la mente, con ese torrente incesante de pensamientos involuntarios y compulsivos y las emociones que lo acompañan. Podríamos decir que están poseídas por la mente. Esta es la mente egotista (el ego). Hay una sensación de “yo” (ego) en cada pensamiento, en cada recuerdo, interpretación, opinión, punto de vista, reacción y emoción. Hablando en términos espirituales, éste es el estado de inconsciencia. El pensamiento, el contenido de la mente, está condicionado por el pasado. Cuando decimos “yo”, es el ego quien habla, no nosotros.

El ego consta de pensamiento y emoción. Un paquete de recuerdos que identificamos como “yo y mi historia”. De papeles que representamos habitualmente sin saberlo, de identificaciones colectivas como la nacionalidad, la religión, la raza, la clase social o la filiación política. También contiene identificaciones personales, no solamente con los bienes materiales sino también con las opiniones, la apariencia externa, los resentimientos acumulados o las ideas de ser superiores o inferiores a los demás, de ser un éxito o un fracaso. El contenido del ego varía de una persona a otra, pero en todo ego opera la misma estructura. En otras palabras, los egos son diferentes sólo en la superficie, en el fondo son todos iguales. ¿En qué sentido son iguales? Viven de la identificación y la separación.

Así, el ego lucha permanentemente por sobrevivir, tratando de protegerse y engrandecerse. El ego se identifica con las cosas materiales, tratamos de encontrarnos a través de ellas, y esto da lugar al apego y a la obsesión, los cuales crean la sociedad de consumo y las estructuras económicas donde la única medida de progreso es tener siempre más. El deseo incontrolado de tener más, de crecer incesantemente, es una disfunción y una enfermedad. Tratamos de hallarnos en las cosas pero nunca lo logramos del todo y terminamos perdiéndonos en ellas.

¿Cómo desprendernos del apego a las cosas? Ni siquiera hay que intentarlo. Es imposible. El apego a las cosas se desvanece por sí solo cuando renunciamos a identificarnos con ellas. Lo importante es tomar conciencia de que tenemos apegos. Sabremos si estamos apegados a algo o a alguien, porque en el momento de perderlo, sentiremos desesperación, sufrimiento. Cuando reconocemos que estamos apegados a algo o a alguien, es cuando comienza la transformación de la conciencia. El ego se identifica con lo que se tiene. Oculto dentro de él permanece un sentimiento profundo de insatisfacción, de “no tener suficiente”, de estar incompleto. “Todavía no tengo suficiente”, dice el ego, queriendo decir realmente, “Todavía no soy suficiente”.

El ego también se identifica con el cuerpo físico. Esto nos obliga a asumir un papel en la sociedad y a amoldarnos a unos patrones condicionados de comportamiento. Juzgamos nuestro cuerpo físico y lo comparamos con otros, a fin de perfeccionarlo para ser igual o mejores que los demás. Buscamos modelos a imitar, y seguimos las modas. Esta identificación con el cuerpo físico es también identificación con la mente, y es enfermedad. El ego es la enfermedad. Identificarte con tu cuerpo, el cual está destinado a envejecer, marchitarse y morir, siempre genera sufrimiento tarde o temprano. Abstenerte de identificarte con el cuerpo no implica descuidarlo, despreciarlo o dejar de interesarte por él. Si es fuerte, bello y vigoroso, podemos disfrutar y apreciar esos atributos, mientras duren. También podemos mejorar la condición del cuerpo mediante el ejercicio y una buena alimentación.

Aunque la identificación con el cuerpo es una de las formas más básicas del ego, la buena noticia es que también es la más fácil de trascender. Esto no se logra haciendo un esfuerzo por convencernos de que no somos el cuerpo, sino dejando de prestar atención a la forma corporal externa y a los juicios mentales (bello, feo, fuerte, débil, demasiado gordo, demasiado delgado), para centrar la atención en el interior, en la sensación de vida que lo anima. Podemos comenzar a sanar cuando miramos nuestro cuerpo sin los juicios mentales, o reconocer estos juicios sin creer en ellos. Es esencial sentir nuestro cuerpo desde adentro, en lugar de juzgarlo desde afuera. Cuando no hay identificación con la mente (apego al “Yo”), no hay identificación con el cuerpo. Y cuando la belleza desaparece, entonces no hay sufrimiento. Cuando no hay apego al cuerpo y éste comienza a envejecer, la luz de la conciencia puede brillar más fácilmente. El ego tiene el hábito compulsivo de hallar fallas en los demás y de quejarse de ellos.

Cuando criticamos o condenamos al otro, nuestro ego se siente más grande y superior que los demás. Esto desencadena a la violencia física entre los individuos y la guerra entre las naciones. No se deben confundir las quejas con el hecho de hacer ver a una persona una deficiencia o un error, a fin de que pueda corregirlo. Abstenerse de quejarse no significa necesariamente tolerar la mala conducta. No es cuestión de ego decirle a un mesero que la sopa está fría y que debe calentarse, siempre y cuando nos atengamos a los hechos y no al “yo”. Los hechos son neutros. Renegar es decir “Cómo se atreve a traerme una sopa fría”. Aquí hay un “yo” al cual le encanta sentirse personalmente ofendido por la sopa fría y que disfruta cuando encuentra la falta en el otro. Las quejas a las cuales nos referimos están al servicio del ego, no del cambio. Algunas veces es obvio que el ego realmente no desee cambiar a fin de poder continuar quejándose.

No hay nada que fortalezca más al ego que tener la razón. Cuando nos quejamos, encontramos faltas en los demás y reaccionamos. El ego se fortalece y se siente superior. Quizás no sea fácil reconocer que nos sentimos superiores cuando nos quejamos, la razón es que cuando nos quejamos es que tenemos la razón mientras que la persona de la que nos quejamos (o la situación), está en el error. Claro está que para tener la razón es necesario que alguien más esté en el error, de tal manera que al ego le encanta fabricar errores para tener razón. Tener la razón es identificarse con una posición mental, un punto de vista, una opinión, un juicio o una historia.

Necesitamos que otros estén equivocados a fin de sentirnos más fuertes y superiores. Esta sensación de superioridad es la que el ego ansía y la que le sirve para engrandecerse. Cuando decimos que la luz viaja más rápido que el sonido y otra persona afirma lo contrario, es obvio que tenemos la razón y que la otra persona está en el error. Observar que el rayo cae antes de oírse el trueno, permite comprobar este hecho. ¿Hay ego en esto? No necesariamente. Si simplemente afirmamos lo que conocemos como verdad, sin identificación con la mente, entonces no hay ego. Pero si decimos: “Créeme, yo sé que la luz viaja más rápido que el sonido” o “¿Por qué no me crees cuando digo que la luz viaja más rápido que el sonido?”. Entonces aquí sí hay identificación con el “Yo” (el ego, la mente). La frase se ha personalizado, ahora es subjetiva en lugar de ser objetiva. El ego se toma todo a pecho y hace que se desaten las emociones, se pone a la defensiva y hasta puede haber agresiones. ¿Estamos defendiendo la verdad? No, porque la verdad no necesita defensa. Ni a la luz ni al sonido les interesa lo que nosotros u otras personas piensen. Nos defendemos a nosotros mismos o, más bien, defendemos nuestro ego.

El resentimiento es la emoción que acompaña a las lamentaciones y a los rótulos mentales, y refuerza todavía más el ego. El resentimiento equivale a sentir amargura, indignación, agravio u ofensa. Resentimos la codicia de la gente, su deshonestidad, su falta de integridad, lo que hace, lo que hizo en el pasado, lo que dijo, lo que no hizo, lo que debió o no hacer. Al ego le encanta.

En lugar de pasar por alto la inconsciencia de los demás, la incorporamos en su identidad. ¿Quién lo hace? Nuestra inconsciencia, nuestro ego. Algunas veces, la “falta” que percibimos en otra persona, ni siquiera existe. Es una interpretación equivocada, una proyección de una mente condicionada para ver enemigos en los demás y elevarse por encima de ellos. No reaccionar al ego de los demás, es una de las formas más eficaces de trascender el ego propio y también de disolver el ego colectivo de los demás. Pero solamente podemos estar en un estado donde no hay reacción, si podemos reconocer que el comportamiento del otro viene del ego. Al no reaccionar frente al ego, logramos hacer aflorar la cordura en los demás. La mayor protección es permanecer conscientes. No reaccionar no es señal de debilidad sino de fortaleza.

Otra forma de expresar la ausencia de reacción es el perdón. Pero no te esfuerces por perdonar. El esfuerzo de perdonar y de soltar no sirve. El perdón se produce naturalmente cuando ves que el rencor no tiene otro propósito que reforzar el ego. Cuando comprendes que el rencor solo sirve para reforzar el ego, es cuando espontáneamente se produce el perdón, porque comprendes que no hay nada que perdonar.

El peor enemigo del ego es el momento presente. La verdadera liberación es tomar conciencia de las emociones que refuerzan al ego, es entonces cuando puedes liberarte. Las observas, en el momento presente, y éstas se disuelven. Los patrones de ego de los demás, contra los cuales reaccionamos con mayor intensidad y los cuales confundimos con su identidad, tienden a ser los mismos patrones nuestros, pero que somos incapaces de detectar o develar en nosotros. Es mucho lo que podemos aprender de nuestros enemigos. ¿Qué es lo que hay en ellos que más nos molesta y nos enoja? ¿Su egoísmo? ¿Su codicia? ¿Su necesidad de tener el poder y el control? ¿Su deshonestidad, su propensión a la violencia, o cualquier otra cosa? Todo aquello que resentimos y rechazamos en otra persona, está también en nosotros. Pero no es más que ego, no tiene nada que ver con lo que somos ni con la otra persona.

Trata de atrapar a la voz de tu mente en el momento mismo en que te quejas de algo, y reconócela por lo que es: la voz del ego, nada más que un patrón mental condicionado, un pensamiento. Cada vez que tomes nota de esa voz, también te darás cuenta de que tú no eres la voz sino el ser que toma conciencia de ella. Tú eres la conciencia consciente de la voz. Es así como te liberas del ego.

Cada vez que reconoces al ego, éste se debilita y tú te haces más consciente. El ego no es malo, sencillamente es inconsciente. Cuando observamos el ego, comenzamos a trascenderlo. La lucha contra la inconsciencia puede llevar a la inconsciencia misma. Jamás será posible vencer la inconsciencia, el ego, mediante el ataque. Hay que tener cuidado de no asumir una especie de misión para “erradicar el mal”, pues podría convertirse precisamente en el “mal” mismo. Todo aquello contra lo cual luchamos se fortalece, y aquello contra lo cual nos resistimos, persiste. Hay una guerra contra las drogas, una guerra contra la delincuencia, una guerra contra el terrorismo, una guerra contra el cáncer, una guerra contra la pobreza, y así sucesivamente. Toda “guerra contra” esto o aquello, está condenada al fracaso.

Debemos reconocer al ego por lo que es: una disfunción colectiva, la demencia de la mente humana. Cuando logramos reconocerlo por lo que es, ya no lo vemos como la identidad de la otra persona. Una vez que reconocemos al ego por lo que es, es mucho más fácil no reaccionar contra él. Dejamos de tomar sus ataques como algo personal y comenzamos a sentir compasión cuando reconocemos que todos sufrimos de la misma enfermedad de la mente, la cual es más grave en unas personas que en otras.

El ser humano tiende a creer que el “Yo” (el ego) es la realidad, pero tan solo es una ilusión de la realidad. Cuando logramos reconocer la ilusión por lo que es, ésta se desvanece.

Cuando vemos lo que no somos, la realidad de lo que somos emerge espontáneamente.”Eckhart Tolle”