Además de viajar, ver y cambiar el estado de la conciencia, el chamán es, en cierto sentido, un servidor público.
El chamanismo no es primordialmente un sistema de auto-mejora, a pesar de que ésta pueda ser una de sus consecuencias. En una sociedad tribal, la mayor parte del trabajo del chamán va encaminado a ayudar a los demás.
Si uno posee habilidades y poderes chamánicos, y sus amigos y parientes le piden ayuda, el chamán no puede negársela.
No persigue ni debe buscar única ni principalmente su propia iluminación. El chamanismo implica la ayuda directa de unas personas a otras. Es una especie de activismo espiritual en el que uno trabaja con los poderes que conectan al ser humano con el increíble poder del universo, lo que supone viajar y desplazarse alternativamente entre distintas realidades.
El chamán no realiza permanentemente este tipo de trabajo. Para un occidental, acostumbrado al ejercicio permanente de una profesión, es fácil imaginar al chamán practicando su función ocho horas diarias, todos los días de la semana. Sin embargo, el chamanismo, en realidad, es necesariamente un trabajo supletorio y el chamán pasa la mayor parte de su tiempo realizando un trabajo ordinario, como trabajar la tierra o cazar, almacenar comida o tejer, desplazándose a la realidad no ordinaria para practicar el chamanismo cuando, por así decirlo, «lo exigen las circunstancias», de un modo disciplinado y controlado.
La razón para ello estriba en que los chamanes se hallan en una situación única; por lo general precisan que los tambo res suenen sin interrupción para permanecer en un ECC, y en dicho estado el trabajo es sumamente intensivo. Ni siquiera es posible comer. Por consiguiente es inconcebible que alguien pueda permanecer en este estado de conciencia alterado el día entero, de un modo regular. El chamanismo sólo se puede practicar de un modo discontinuo.
Otra característica interesante del chamanismo tribal es el hecho de que ningún chamán digno de su nombre se describe a sí mismo como tal. Una razón para ello es la humildad. El reconocimiento de que el poder que está en juego no es suyo para proclamarlo, sino que, por así decirlo, «le ha sido prestado» por el universo. Por tanto, los chamanes se consideran con humildad simples campesinos, amas de casa, cazadores, etc. Sin embargo son distintos; practican el chamanismo.
Con la caída de la noche le es más fácil al chamán evitar que los estímulos o realidad ordinaria le entren por los ojos. Entonces los miembros de la tribu o del pueblo acuden a él, para pedirle curaciones u otra ayuda. Dada la intensidad de su trabajo, los chamanes no suelen practicarlo más que un par de horas todas las noches.
Por lo general están firmemente afianzados en esta realidad ordinaria, lo que les permite trasladarse a la otra dimensión con disciplina y rumbo, que es el único medio eficaz de ayudar a los demás. Por ello, los individuos que oyen común mente voces o tienen visiones, no deben dedicarse al chamanismo, sino hacer cosas que les faciliten un mayor afianzamiento. Necesitan más realidad ordinaria y no todo lo contrario.
Extracto de la colaboración de Michael Harner en el libro: “El viaje del chaman. Curación, poder y crecimiento personal.”